Abril, 2017.- “¿No la estarás volviendo muy dependiente de ti?”, preguntó mi contraparte, después de que yo respondiera a sus preguntas en relación a todas las actividades que mi hija y yo realizamos juntas a diario. “Afortunadamente ella SI es dependiente de mí, aunque, a medida que pasa el tiempo, lo va siendo menos”, le respondí. La mujer me miró con ojos grandes, muy sorprendida de mi observación positiva hacia la dependencia, así que me preparé para explicar lo que hace un tiempo atrás aprendí sobre el tema en términos fácticos. La verdad es que, instintivamente, nunca tuve muchas aprehensiones en cuanto a la dependencia que un hijo siente hacia sus padres, pues esta dependencia es para mí como respirar, es decir, uno lo hace sin pensar ni tener que explicarlo. Sin embargo, en el mundo moderno, donde casi todo requiere de un marco teórico y de estudios comprobados para poder existir, informarse de los conceptos semánticos puede ayudarnos para ayudar a otros.
La dependencia es como el hambre; no se va hasta que comemos y, de no comer, sólo crece. El ser humano nace completamente dependiente de sus padres para poder sobrevivir, no sólo en el aspecto físico, sino también en el emocional. Esa dependencia va variando a través del tiempo; al principio requiere de contacto físico y emocional permanente. Durante este tiempo, la madre (u otro adulto responsable) debe estar disponible en todo momento para satisfacer las necesidades del hijo. Luego, esa dependencia se va disipando a medida que el crío va obteniendo herramientas para ayudarse a sí mismo. Por ejemplo: una vez que aprende a caminar no necesita que le llevemos a todos lados, sino que puede ir por sí mismo. Una vez que aprende a hablar, no necesita que estemos en esa conexión extrema que nos permita identificar lo que quiere decir, etc.
Luego la dependencia pasa a convertirse en emocional y presencial, por ello el hijo precisa saber que estamos cerca para sentirse seguro y necesita de nuestra contención mientras desarrolla los aspectos emocionales que le permitirán vivir en paz durante su vida adulta. Más adelante ya no necesita de nuestra presencia para sentirse seguro, pero sí necesita estar conectado emocionalmente con nosotros. Entonces, una llamada se vuelve suficiente en la adultez. Pero, ¿qué ocurre cuando forzamos la tan sobrevalorada independencia en nuestros hijos? Recuerdo a una amiga decirme que enviaría a su hijo a una sala cuna para que se hiciera independiente; el bebé tenía unos 6 meses. La dependencia no se va porque nosotros la forcemos, ésta sólo se transfiere de una persona a otra. Si la madre, padre u otro adulto responsable no está disponible para satisfacerla, esta dependencia se canalizará hacia cualquier otro ser vivo que esté disponible, lo que incluye un adulto cualquiera u otros niños. Así es cómo, posteriormente, podremos observar que nuestros hijos ya no responden a nuestra guía y consejos porque están más interesados en ser aceptados por sus amigos que por nosotros.
Recuerdo cómo, en mi caso particular, ante la imposibilidad de depender de algún adulto responsable, crecí con el enorme estrés de sentir que debía trabajar duro en mis aspectos físicos, principalmente, para ser aceptada en un grupo social de amigos de la misma edad. Este estrés me mantenía en una inseguridad permanente, dado que el afecto entre pares no es incondicional a causa de la inmadurez emocional. Debido a ello, uno debe estar adaptándose constantemente a las demandas del grupo y dejando de lado quién uno es y siente, realmente.
En el libro “Hold on to your kids”, de los autores Gordon Neufeld y Gabor Maté, éste concepto es explicado a cabalidad para la comprensión de hasta las mentes más tercas. Invito a todos los padres a leerlo y sacar sus propias conclusiones.
Este fenómeno no fue así siempre, sino que ha crecido a medida que gastamos menos y menos tiempo con nuestros hijos. Es por ello que, tempranamente, decidí ser yo quien supliera las necesidades de dependencia que presentara mi hija, para que así su hambre de ella fuese satisfecha por alguien que realmente se preocupa por ella y le ama, y no por cualquier comida chatarra que pudiese encontrar en el camino.
Jessica Carrasco Carrasco